domingo, 6 de julio de 2014

Pepe, el Polilla

Escrito por Belén Gómez Ondoño. 
Contado por José Gómez Martínez

En  septiembre de 1930, cuando el reinado de Alfonso XIII llegaba a su fin y la Segunda República Española empezaba a germinar, nació José Gómez Martínez, mi abuelo. Fue el mediano de tres hijos, fruto del matrimonio de Pascuala y Pepe “el Polilla”, del que heredó su apodo. Esta familia vivió en la Gran Vía, en una casa con cuadra, donde se encontraba el negocio familiar.  Tuvo que abandonar el colegio a temprana edad para poder ayudar a su padre en la cuadra y mantener a la familia. En los siguientes párrafos se reproduce su historia para “Las gentes de Cieza”:

Los cambios que se han producido en Cieza son impresionantes en todos los aspectos, de manera que está totalmente modificada su fisionomía, tanto de la ciudad en sí como de su entorno; siguen existiendo las mismas calles en la parte antigua, pero apenas quedan  edificios que me traigan recuerdos del pasado. La mitad de Cieza es de nueva edificación y por tanto se crearon nuevos comercios que sería trabajoso enumerar.

Las relaciones sociales también se han alterado, supongo que en consonancia con la evolución de la vida, pues al aumentar el nivel de vida  las personas se relacionan de otra manera, pero yo añoro  la sinceridad de las relaciones de antes.
La forma de vestir es totalmente distinta, pues en mis tiempos se cuidaba mucho la elegancia, sobre todo de la mujer, mientras que hoy existe un gran contraste en la vestimenta de la juventud, que yo la llamo informal.
Al no haber televisores se hacía mucha vida de calle,  conversando con los amigos y vecindario, y en el hogar la familia estaba más unida,  teniendo siempre  temas de qué hablar.

El cambio de la vivienda ha sido profundo. Antes algunas  eran compartidas por dos o más familias, carecían de todas las comodidades que hoy disfrutamos, pues muchas de ellas no tenían ni siquiera agua,  por lo que no había cuartos de baño y las personas debían atender su aseo personal sirviéndose de cubos o barreños, mientras  que para las necesidades fisiológicas se utilizaban pozos ciegos,  que llamaban retretes.
Se carecía de electrodomésticos pues lo único que se tenía era un aparato de radio.
Las tareas domésticas las realizaban,  los que tenían agua en pilas; los demás lavaban en el río y otros en un lavadero público que llamaban “lavadero de la Fuente del Ojo”. Se cocinaba con carbón o leña, y se guardaban los alimentos en capazos de esparto colgados en las zonas más frescas de la casa.


Las tiendas han cambiado totalmente,  sobre todo en presentación, comodidad  y abastecimiento; todo lo contrario de mi época,  en que la mayor parte de las compras se hacían en el “mercado de abastos”  o en  pequeñas tiendas; en ambos casos la presentación era tan mala que los productos,  sobre todo las frutas,  estaban en canastos o columpios.
Al no haber medios de conservación los productos perecederos   se compraban al día. La  mala situación económica de las clases modestas propiciaba la compra “de fiado”, que se pagaba al final de la semana o cuando estas personas podían.
Recuerdo una tienda, que creo que se llamaba de la Balbina, que era  de ultramarinos,  y estaba situada al final del “Paseo”,  exactamente en el edificio que más tarde sería el “Bar Cocodrilo”.
Una de las calles que más  se ha transformado es la “Gran Vía”,  que antes era una calzada con firme de tierra, rodeada de casas “techeras” y edificios de pocas alturas, sin apenas tráfico, y que con el tiempo se convirtió en Carretera Nacional, siendo hoy  una de las mejores calles de Cieza.
Entre los muchos objetos de desuso estaban los carros tirados por animales (caballos, mulas o burros), que se dedicaban al transporte de mercancías, pues apenas si había camiones. También recuerdo las galeras, carros también tirados por caballos,  que hacían un servicio similar al de taxi, pues entre otros servicios subían o bajaban a los viajeros a la estación del ferrocarril.
Al comienzo de la Guerra Civil yo solo tenía seis años,  pero aun  con mi corta edad ya podía catar el ambiente hostil que se respiraba, que influía hasta en los juegos infantiles, que respondían a un esquema bélico: los niños formaban  dos bandos, que se decían republicano y nacional,  y se hacían la guerra a pedradas.
En los primeros tiempos de la Guerra Civil se cometieron varios desmanes,  tales como la masacre de los presos de la cárcel y la quema de imágenes y el cierre de iglesias. Sin embargo,  poco a poco todo se fue calmando y la vida en Cieza fue la normal en un pueblo de retaguardia, si bien existía una gran escasez de todo,  principalmente de alimentos, y se pasaba mucha hambre,  teniendo que recurrir el que podía al “mercado negro” o estraperlo,  como así se llamaba.
Al finalizar la Guerra yo tenía nueve años,  por lo que tengo  grabados en la mente bastantes recuerdos. Uno de ellos fue la entrada a Cieza de las tropas que llamaban “nacionales”, que fue por el Camino Madrid, y que fueron  recibidas por una multitud de personas, unos por simpatía y otros por simple  curiosidad.
Luego nos vino lo que llamaron “liberación”, pero por lo que yo captaba se trataba de liberación para unos y opresión para otros. La represión política fue durísima, cambiaron muchas cosas,  pero  lo que no cambió fue el hambre: nos dieron unas “cartillas de racionamiento” que no aseguraban la subsistencia, por lo que los que podían seguían recurriendo al estraperlo.
Tengo una anécdota personal del día que terminó la Guerra: estaba jugando con otros chicos, cuando oímos un fuerte repique de campanas y un fuerte sonar de las sirenas de las fábricas; el estruendo fue tal que nos asustamos porque creíamos que era el anuncio de un bombardeo.
También recuerdo haber presenciado cómo subían en fila a los presos, atados con cuerdas como animales y escoltados por militares y guardias civiles, desde la Carreterica de Posete hasta el  Grupo Escolar, donde eran juzgados, en juicios que en total duraron cuatro o cinco horas, quizás menos. Tengo entendido que de ahí salieron varios condenados de muerte.
La transición en Cieza se vivió como en cualquier pueblo de España, con ilusión y optimismo, aunque yo me siento un poco defraudado.
El 23F se vivió con mucha inquietud y miedo, pues se pensaba en que podía ser la causa de  otra nueva guerra civil y de un retroceso a lo pasado.
Como persona relevante en el pueblo podría mencionar a varios, como Don Jesús Mérida, Obispo de Astorga, y D. Francisco Marín general del ejército. Sin embargo, para mí  la persona más respetada de Cieza fue Don Antonio Pérez Gómez,  Abogado,  Bibliotecario, Historiador y Cronista de Cieza, además de Alcalde durante algunos años.
Mi actividad ha sido de un cambio constante, pues he sido agricultor, tratante de ganado y recepcionista en una sucursal de Renault, y en la actualidad jubilado.
Recuerdo a mi madre como una persona emprendedora, trabajadora, de fuerte carácter, a la que ningún problema hacía cambiar su espíritu optimista. Mi madre era todo bondad, una mujer que siempre estuvo al lado de mi padre, muy trabajadora y con  una gran fe religiosa.

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